Decía María Zambrano, con la precisión que conviene a los poetas, en sus últimas palabras escritas y publicadas que la Poesía no era más que «la palabra conjugada con el número». ¿Se podría decir más con menos palabras? Pues de manera análoga la Arquitectura, así lo creemos algunos, es la conjugación de la materia con el número. Eso que tienen en común, ¡qué cosas!, poesía, cocina y arquitectura: ingredientes concretos en cantidades medidas, mezclados con sabiduría. Lo que los clásicos llaman «con conocimiento de causa». Con medidas precisas y con «tempos concretos», la Arquitectura, como la poesía y la cocina, no se surte de «encuentros casuales» sino de «búsquedas laboriosas».
Pues laboriosa es la investigación del arquitecto que, con todos los datos encima de la mesa, piensa y mide, mide y piensa, para llegar a los «encuentros certeros». Y es que las ideas, en Arquitectura, tienen dimensiones y medidas. Y esos encuentros certeros de ingredientes, medidas y tiempos, son lo que en la cocina se llaman «recetas», y lo que en la poesía se encuadra en la «métrica». En Arquitectura, de algún modo, las claves las desvelan los arquitectos en sus textos. Y así se agradecen los escuetos textos de Mies Van der Rohe. O los más apasionados y extensos de Le Corbusier. Y así quisiera que se entendieran estos textos que hoy aquí se publican juntos.
Hace poco escribí unas líneas sobre unos jóvenes arquitectos suecos. Y para hablar de la necesaria coherencia entre pensamiento y acción, entre idea y creación, mentí descaradamente. Como son suecos escribí que Greta Garbo decía en una película de Bergman a su oponente masculino aquello de «los hombres pensáis una cosa, decís otra y hacéis otra». La verdad es que la película era de Pilar Miró, la estupenda directora que ponía la frase en boca de la espléndida mujer que era Amparo Muñoz. Lo esencial de la cuestión era, es, esa conexión entre el pensar, el decir y el hacer. Que en el caso de la Arquitectura es también y con más razón exigible. El decir con palabras capaces de explicar de manera clara cuáles son las intenciones es algo más que conveniente para el arquitecto. Para saber que se están haciendo cosas con sentido. La recopilación de textos a la que este escrito sirve de introducción no es más que precisamente esto. El hacer con la arquitectura levantada que aquellas ideas explicadas con estas palabras se pongan en pie será la única prueba de que aquellas ideas son válidas y estas palabras verdaderas. Esa es
nuestra sana intención.